Asociándonos. La defensa de lo común
El último número de la revista Más Castilla y León nos permite compartir con ustedes las sensaciones que provoca colaborar en un asociación dedicada a la defensa del Patrimonio Arqueológico.
Algunos de ustedes estarán, a estas alturas del año, un poco como yo: haciendo balance, cerrando actos, cuentas y preparando actividades para la próxima anualidad.
Quizá formen parte de la directiva de alguna asociación y esté siendo hora de rendir cuentas ante quienes forman este esfuerzo colectivo. Y también es tiempo de intentar encauzar nuestras acciones para un futuro que ya es inminente.
Mi experiencia se centra en el sector del patrimonio, especialmente en el arqueológico, pero también en la historia, la cultura, la alta divulgación y, en ocasiones, el turismo.
Yo voy teniendo suerte. Estos últimos años formo parte de una directiva con una dilatada trayectoria y con muchos ánimos. Y, para nuestra alegría, se nos van sumando jóvenes con muchísima ilusión, empuje y ganas de trabajar. Esto nos está permitiendo afrontar las extraordinarias circunstancias que llevamos viviendo desde 2020.
Sin embargo, y aunque menos dramáticas, no es esta nuestra primera crisis. Como todas -o casi-, las pequeñas asociaciones vivimos en estado crítico de manera continua: somos unos enfermos con una mala salud de hierro, como le sucedía a Vicente Aleixandre.
Las hemos visto de todos los colores: desidias propias y ajenas, cambios traumáticos -o no- de directivas, abandono institucional, etcétera. Aun así, seguimos. Y más allá de arrastrarnos por el fondo y sobrevivir como se pueda, intentamos aprovechar lo que tenemos y enfrentarnos a la situación con dignidad.
Claro, podríamos tirar la toalla y marcharnos. Somos pequeños y nuestras masas sociales poco abundantes, así que nuestra ausencia no debiera notarse en el tejido social. O quizá sí. No les descubro nada nuevo si les cuento que, en ocasiones, nuestras acciones tienen éxito. Incluso para sorpresa de propios y extraños. En nuestro caso -en el de todas, seguro-, parte de esos pequeños triunfos parten del compromiso personal de quienes componen las directivas, pero también de socias y socios que nos sostienen.
Y así, alguien que conoce a alguien, nos facilita la persona idónea para esa conferencia, o cicerones estupendas para ese ciclo de visitas guiadas. Que vengan, además, por un precio irrisorio y que sean, en el colmo de nuestra suerte, expertas en su campo del saber y de reconocido prestigio, o con magnífica proyección de futuro en materias que ignoramos. Gentes, las socias y los socios, que deciden compartir su tiempo y habilidades y que lo mismo te alimentan las redes sociales generando contenidos propios para aliviar confinamientos. Otras que ponen su capacidad de organización al servicio de la causa para manejar labores ejecutivas, que te llevan las cuentas con precisión de relojero suizo, entre otras cosas.
A otras nos toca bregar con patrocinadores y administraciones, que no siempre es fácil, aunque nuestro agradecimiento a quien nos atiende y empatiza con la casa -aunque no les saquemos pasta- es infinito, y va más allá si nos abre a la vez su corazón y su billetera.
Y aquí estamos, clausurando 2021 y asumiendo obligaciones para 2022. Estas incluyen hacer una programación que responda a los intereses de nuestras socias y socios, de nuestro público objetivo, pero también dar visibilidad al mecenazgo recibido.
En nuestro caso, pero supongo que en las de casi todas las asociaciones, corremos un peligro serio. Este parte de nuestro propio carácter y es una actitud transversal en nuestras agrupaciones: la defensa de lo común. Y esa manera de vivir nos lleva, en ocasiones, a alertar de algunas amenazas que pueden ser molestas. A veces parecemos ese Emilio Zapata de la peli clásica de Elia Kazan en aquella escena en la que exige al presidente que cumpla sus promesas y acabamos apuntados en una lista más o menos oscura.
Así que, claro, tenemos que ser muy exigentes con las cosas que hacemos, con la calidad de los contenidos que ofrecemos y con la coherencia de nuestras actuaciones, sean estas a la luz pública o sucedan fuera de foco. Nos jugamos nuestro prestigio como asociación, más allá del personal: un fallo propio supone un baldón para todas y todos. Y eso cuesta remontarlo.
Sí, todo esto gratis. En nuestro caso por amor al legado arqueológico común que creemos debemos ayudar a proteger para que llegue en las mejores condiciones posibles a sus legítimas propietarias: las generaciones que nos sucederán.
Si todo va bien, entre todos habremos cerrado un año complicado pero efectivo, y estaremos abriendo uno igual de difícil, pero con más experiencia acumulada y con ánimos renovados para hacerlo no solo bien, sino mejor.
Es posible que les haya aburrido con estas líneas.
Les propongo enmendarme: acompáñennos, cédannos un poco de su tiempo. Participen en las actividades que les proponemos, vengan con nosotros y vean que aquella casa torre es una maravilla, que aquel bosque es un relicto natural que nos hace felices ahora, y lo hará mañana; vean el largo etcétera de cosas que organizamos cerca de ustedes. Porque sin su presencia nada de lo que hacemos tiene sentido.
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Rafael Varón es presidente del Instituto Alavés de Arqueología.
Reportaje gráfico: Ricardo Ortega