¿De verdad que la arqueología es enemiga del progreso?
La revista Más Castilla y León ha vuelto a contar con nosotros como colaboradores, y nos han publicado este texto que podéis ver en su página web y en su número físico de este mes de marzo, con un reportaje fotográfico de Ricardo Ortega.
En los círculos académicos la arqueología supuso un problema, una vez pasada la fase romántica de la disciplina: aquella que sirvió para adecuar los hallazgos a los textos literarios. La arqueología daba un soporte más a los relatos bíblicos, a los cantares homéricos o a la justificación de nuestro pasado histórico, destacando siempre la parte gloriosa.
Afortunadamente esto ya no es así -aunque siempre quedan algunas vergonzosas excepciones-, y la ciencia arqueológica tiene nuevas técnicas, enfoques, y una capacidad en sí misma para producir registro y relato histórico. La pelea se trasladaba a la confrontación de los hechos escritos con los restos materiales, que podían contar otra historia muy distinta. No se crean, seguimos en esta lucha.
Sin embargo, la arqueología entendida como problema tiene otras vertientes, sobre todo de índole práctica. Como ya apuntaba a los lectores de esta revista en 2018, la planificación y la gestión de los vestigios de nuestro pasado hacen complicada la aparición de nuevos restos, aunque siempre nos podemos llevar sorpresas. Estas suelen ser más por la calidad de lo conservado y no tanto por nuevas ubicaciones.
La práctica de una buena arqueología preventiva ha facilitado que la inversión de recursos facilite la localización de áreas donde podemos presumir la existencia de yacimientos con ciertas garantías.
La dificultad estriba en cómo gestionar estos sitios. En ocasiones son oportunidades por explotar, pero en otras muchas son un verdadero dolor de cabeza. Que se acentúa si no hay una actitud previa de intentar concitar legado y “progreso”.
Quien esto firma se muestra convencido sobre que, si alguien les vende que es necesario destruir restos para el beneficio del progreso local, provincial, autonómico, estatal, europeo o universal, lo que probablemente quiera vender, de verdad, son ladrillos, tuberías y horas facturables de equipos de construcción.
Sus ventas se incrementarán según sean de amplios los adjetivos espaciales utilizados en su argumento: más dinero da el progreso estatal que el local, por ejemplo.
Especialmente complejo es el caso de las ciudades, sobre todo aquellas que provienen de la más estupenda antigüedad. Esos cascos urbanos en los que se han acumulado el paso del tiempo y el ajetreo de las gentes que las habitaron.
En la mayoría de nuestras históricas ciudades, villas y pueblos, por no decir en todas, habrá planes de contingencia para estos hallazgos. Suelen encontrarse en la normativa urbanística municipal, en los conocidos PGOU. Si el Ayuntamiento en el que usted está empadronado no tiene uno de estos, vaya pensando en que, sí, llega tarde al progreso.
Menos habitual será que estos planes digan qué hacer una vez detectados estos restos. Eso suele quedar al cargo de los técnicos de la administración competente.
Aquí viene la pelea. Si los restos son pocos, y van a ofrecer resultados visuales escasamente atractivos, se documentan y se tapan o se destruyen en función de la profundidad a la que debe llegar la obra. La controversia suele producirse cuando los testimonios materiales de nuestro pasado son de valor interpretativo evidente por su calidad histórica y por su atractivo visual. Son restos que, con una intervención adecuada e invirtiendo en ellos, pueden ofrecer a quien los contempla una imagen cercana a sus momentos de esplendor, sea este ritual, artesanal, militar, doméstico o de cualquier otra índole vital.
Lo complejo será concitar los deseos del promotor de una obra determinada con la oportunidad de convertir esas “piedras” en un recurso cultural, económico, capaz a la vez de generar comunidad en su entorno, pero también marcar diferencias que nos distingan de los demás.
Les dejo que busquen en su ámbito cercano ejemplos de lo que hemos contado en estas líneas. Anoten ustedes mismos los resultados que ha tenido esa confrontación que hemos expuesto. Y valoren, por sí mismos, qué decisiones les han hecho, a ustedes, más felices.