Una mirada nostálgica al medio rural, ese reservorio cultural

Hacemos Arqueología de Gestión: compatibilizamos el Patrimonio Arqueológico con el desarrollo

Una mirada nostálgica al medio rural, ese reservorio cultural

Nueva colaboración con la revista Más Castilla y León, que podéis ojear desde aquí. El número 18, en su edición de papel, lleva en su portada un título evocador: Un museo en cada pueblo. Y el interior está lleno de referencias gastronómicas, pero también un buen número de planes culturales muy interesantes.

Reproducimos el texto y agradecemos las fotos que más que complementarlo, lo mejoran muchísimo.

Como a casi todo el mundo, cuando mi cabeza está atribulada suele buscar recuerdos hermosos que sosieguen el ánimo y, de paso, provoquen ganas de volver a ver algunos de los escenarios que se me aparecen.

Entre estos suelo viajar por el interior y el entorno de parques naturales o por lugares más o menos similares. Muchos de ellos en entornos rurales en los que se combina la quietud con la conexión con la naturaleza y, en prácticamente todas las ocasiones, las ruinas románticas de un patrimonio cultural que salpica ese bucólico cuadro natural.

Algunos de estos espacios pertenecen a lo que hoy llamamos España Vaciada mucho antes de que este concepto saltase a los medios de comunicación; lugares que llevaban abandonándose desde que los primeros atisbos de industrialización llegasen a esta nuestra piel de toro, en aquel momento en que dejamos de ser vecinos a ciudadanos en contraposición del término pueblerino. Y, en muchos casos, renegamos de unas formas de vida que ya no tenían sentido. Vino también el desprecio por todas las cosas que quedaron atrás.

Eso ha incluido una ingente cantidad de Patrimonio Cultural que, lejos de considerarlo como nuestro legado al futuro, pasó -en el mejor de los casos- al olvido. En otras ocasiones se fue con ventas que aprovechaban esa transición, rozando el expolio o fue robado, sin medias tintas. Y así ha perdido la Sociedad elementos que, sumados, nos hacían comprender mejor quienes somos ahora.

Reposa uno lugares de su memoria y se acuerda de aquel pueblo que empezó en el llano, en la primera Edad Media, pegado a una calzada romana. Que se subió a una puntiaguda colina en la que levantó su iglesia románica y en su lado sur construyó sus casas, y añadió una encomienda templaria.

El tiempo extendió sus viviendas hasta la calzada romana, que se había reconvertido en Camino Real entre la Meseta y el Cantábrico y hoy lo sigue haciendo como ‘Carretera Nacional’ que ha visto como su vecindario abandonó la casa de Dios, el barrio alto y está dejando vacío el de abajo, en el que resisten unas pocas personas apegadas a sus terrenos como aquellos galos que se enfrentaron a la modernidad de Julio César.

El lugar es, por otro lado, uno de los accesos al interior del Parque Natural de los Montes Obarenes, en el que el esfuerzo de conservación del espacio verde ha conllevado, quizá sin pretenderlo, la protección del legado cultural.

Así, disfrutar en soledad de los prodigios de nuestro entorno natural, mezclado con la localización de un impresionante monasterio -imperial incluso-, cerca de las maravillas de uno de esos pueblos que crecieron en el siglo IX y que se dotaron, en cuanto pudieron, de una de esas iglesias románicas ‘rurales’ -quizá como mote despectivo-, o la existencia de castillos y fortalezas de época napoleónica que se asentaron sobre castros de nuestra antigua Edad del Bronce o del Hierro.

Sin llegar al extremo de la protección que ofrece la figura del Parque Natural, fuera de ellos nos pasa lo mismo. Amplias extensiones que hoy nos parecen vacías, de las que se han adueñado las zarzas, los cultivos y las renovables. Y, sin embargo, una vez tuvieron gentes que las habitaron, las sufrieron y, en definitiva, las vivieron.

De eso nos dejaron sus huellas: pusieron molinos en sus ríos y arroyos, levantaron palomares, rediles para sus ganados, poblaciones, lugares de culto, y también de romerías y fiestas, colocaron boleras y, en sus últimos momentos, fueron la morada final de nuestros mayores.

Descrito el escenario de mis recuerdos, fijados en esos vacíos interiores, queda discutir qué hacemos con ellos. Les reconozco mi frustración al respecto. Está claro que las fórmulas mágicas no existen, y pensar en periodos largos para la gestión de estos lugares se me antoja aterrador porque, quizá, nos estamos quedando sin tiempo, y sin futuro.

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